La consecuencia no deseada de
la utopía neoliberal es una brasilización de Occidente: son
notables las similitudes entre cómo se está conformando el trabajo remunerado
en el llamado Primer Mundo y cómo es el del Tercer Mundo.
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En el núcleo duro de Occidente la
estructura social está empezando a asemejarse a esa especie de colcha de
retales que define la estructura del sur, de modo que el trabajo y la
existencia de la gente se caracteriza ahora por la diversidad y la inseguridad.
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Cuanto más se desregulan y flexibilizan las relaciones
laborales, con más rapidez pasamos de una sociedad del trabajo a otra de
riesgos incalculables.
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No nos equivoquemos: un
capitalismo que no busque más que el beneficio, sin consideración alguna hacia
los trabajadores, el Estado de bienestar y la democracia, es un capitalismo que
renuncia a su propia legitimidad. La utopía neoliberal es una especie de analfabetismo
democrático, porque el mercado no es su única justificación: por lo menos en el
contexto europeo, es un sistema económico que solo resulta viable en su
interacción con la seguridad, los derechos sociales, la libertad política y la
democracia. Apostarlo todo al libre mercado es destruir, junto con la
democracia, todo el comportamiento económico. Las turbulencias desatadas por la
crisis del euro y las fricciones financieras mundiales solo son un anticipo de
lo que nos espera: el adversario más poderoso del capitalismo es precisamente
un capitalismo que solo busque la rentabilidad.